Memorias en la estación
Los trenes pasan con paradas fugaces, otras muy lentas.
Marcan el trayecto que debes de tomar en cada momento. Por eso vengo aquí, todos los días. Aún me quedan algunos amigos con los que poder recordar algunas batallas. Y también estar a ratos con María, aunque me falte ya cinco años.
¡Es curioso!, me cuentan historias que yo desconocía, ¡nunca se sabe todo de la persona que amas!. Como cuando ayudó a traer al mundo al único varón de Antonio. Era la moza más capaz y la más divertida. ¡Una mujer!. Que aunque nos matase a dos chicos la meningitis, y le llevasen un hermano al psiquiátrico aún sacaba fuerzas para prepararme unas buenas gachas y lavar la ropa sin quejarse.
En la estación es fácil estar, sólo necesitamos un banco. A refugio de las inclemencias del tiempo.
Nos gusta «adivinar» qué tren llega. Y si entre sus pasajeros irán ingenieros, médicos, abogados, políticos, o algún guarda forestal como nosotros. Antonio sólo hace que repetir lo ancho y altos que eran los eucaliptos y alcornocales de entonces, y el peligro que tenía derribarlos.
¡ Antonio también perdió una hija y no se acuerda!. ! Ni siquiera del éxito que levantaba entre las chavalas!. Mitad Gardel y mitad Sepúlveda. Era nuestro ídolo. Retrocedió a alguna parada.
Su otra hija le trae y le lleva a su antojo, aunque le deja pasar un rato con nosotros. Ahora dice que se irán a vivir a la capital.
No creo que allí le entiendan. ¡Qué manía les ha entrado a todos de irse del pueblo!. Si es así, no creo que le veamos nunca más. ¡Otra baja!. Ya estamos acostumbrados. A todo se acostumbra uno. Aunque un día con el consentimiento de su familia sacaremos un ida y vuelta para visitarle antes de que sea demasiado tarde.
En verano nos vamos a los situados junto al río. En esos podemos hacer también algo de ejercicio. Tienen aparatos. Pusieron muchos en las orillas los del nuevo gobierno, también nos subieron las pensiones. Se creen que no nos damos cuenta que lo que quieren es nuestro voto. Siempre es lo que quieren, aunque es mucho mejor que nos lo pidan. Hay que hacerse el tonto y que sigan cuidándonos. Estamos todos escarmentados de la política.
Entre nosotros hay de todo. De izquierdas y de derechas. Antes se decía, rojos y nacionales. Pero lo que más abunda después de tantos años es el sentido común. Que es lo que de verdad nos hace más iguales.
Procuramos hablar poco de la guerra. Hace mucho daño. Sólo abre heridas. En aquellos años todos perdimos. Hay quien incluso todo. Siempre pierdes cuando alguien muere en el frente. Los afortunados de verdad son los jóvenes, pero creo que ellos aún no lo saben. ¡Lo hicimos mal, muy mal, menos mal que nuestros hijos supieron arreglarlo!.
A donde no vamos es a los asilos. Ahora les dicen geriátricos. Pusieron dos nuevos. Se ve que son negocio. Allí nos marcan las horas, una para merendar, otra para jugar a las cartas, otra para las medicinas. Me lo ha dicho Manuela que lo sabe bien porque en verano es donde la dejan.
Aquí hacemos poco, pero decimos cuanto queremos. Y sin explicaciones. La vida aún nos pertenece.
Se nos pasa las horas tan sólo mirando el reloj antiguo de la pared central. Es simple. Ya se encarga el tiempo de complicarlo todo. Aún lo conservan. Los nuevos, digitales, marcan también las llegadas y salidas aunque a veces son más complicados. Ya no estamos para tanto bullicio.
Aunque si Josefa y Virtudes han aprendido eso de Internet para hablar con sus hijos que se quedaron en Argentina no digo yo que un día no lo haga, porque me han dicho que las clases las da una profesora muy guapa, simpática y lista hija de “el barrenero”. Yo tuve la suerte de al menos saber leer y escribir, nací en el seno de una familia tradicional, donde el varón podía estudiar, y hubiese sido creo que médico si no me hubiesen arrebatado mi juventud como lo hicieron. Eso y que muy pronto tuve entre mis brazos a mis dos hijos. Todo esto se lo diría a mis nietos, si los tuviera. Esto y que estudien hasta que sean viejos.
Mañana iré al mercadillo, al que han abierto a las afueras, que con suerte volveré a ver a la preciosidad del bastón largo y gafas oscuras, que esta vez seguro la fulmino con mi voz y de paso me traigo alguna uva.
Ya me voy, para hacerme la cena mientras pueda, que han pasado el Alvia de Madrid y el Talgo de Bilbao, así llego a tiempo de echarme la cabezadita con las noticias.
«a mi abuelo pirata»