La reunión del tuper-sex
Cuando te llaman para que asistas a una reunión de tupper -sex, una nerviosa carcajada se te escapa primero, te asomas al espejo, cuentas las arrugas, y accedes.
-¿Pero quién va? – le dices entre risas. –A mí ya no me hace falta.
-Anda nena, siempre viene bien. No te preocupes, es gente maja, vecinas, todas más o menos de la edad. Una viuda, dos separadas, una recién parida, y las siete restantes casadas. . -Sentencia ella.
-Visto así me está dando hasta pena. Soy de la mayoría-. Contesté, aún, riendo.- A demás no conozco a nadie, ¿van chicos?-
– Clara, por favor, los chicos no van a estas reuniones, anda…¡vente!, seremos las doce del patíbulo…con lo divertida que eres tú… en seguida rompes el hielo, además habrá aperitivos y bebida. Me dijo conociéndome, María.
-Vale, estaré puntual mañana, pero con tres como yo arruinaremos a la comercial.
Al día siguiente empecé con mi rutina. Me metí de lleno con mis quehaceres: los coles, la compra, la ropa, el entrenador personal, la escritura, la comida, y mi hora preferida, el café con François,(mi amigo profesor de francés de origen senegalés), a las seis recoger a los niños y ya entrada la media tarde me acicalé para ir a la aventura.
Al entrar, una señora bastante mayor, me entregó en el hall un vaso cargado de cachaza y caipiriña. Comprendí que debía de dejar en el felpudo la vergüenza, el aburrimiento y las coletas.
-Hola yo soy Rosa, la anfitriona, pasa, no te preocupes que no hay hombres en esta casa, sólo mi hijo y se fue con su novia. Indicándome con la mano el salón.
-¡penita, pensé yo!
Sólo quedaban dos asientos libres, uno junto a María. Observé una a una las mujeres, intentando adivinar su estado civil. Sin duda a mi izquierda la recién parida, la más jovencita. De frente en sillón separado, elegante, y con botón del pecho de la camisa abierto, una de las separadas. –Acerté casi en todas. Había una funcionaria, una maestra, dos directivas, una secretaria, tres paradas conmigo, dos agentes de seguros y otras dos que no supe ni sus nombres y menos la profesión. Siempre en cualquier grupo hay personas así.
Se presentó Belén, la vendedora, ¡no podía tener otro la dueña de semejante maleta! Discreta, con experiencia, resignada a escuchar siempre lo mismo y reír las gracias, para al final hacer buena caja.
Como buena profesional comenzó por los aceites, los bálsamos y las velas, todo comestible. Seguíamos una lista interminable hasta el 69. A medida que avanzábamos la cosa prometía. Busqué entre tanto nombre largo y en el 47, había un tal Johnny. Sólo una pega, el color.En el 49, un dedil vibrador, marca Soledad. La vendedora para hacerlo todo más real nos lo iba dando a probar. Pero todo, todo, no.
En el 50 las bolas chinas. Dos bolas de ping-pong colgadas de un cordón, que al parecer introducidas en la vagina dan placer y evitan la incontinencia. Escuchar esto a la funcionaria le hizo gracia y escenificó magistralmente When Harry met Sally. Eligió entre movimientos y voz entrecortada, la forma en que rellenaría los formularios de impuestos con los contribuyentes. Cuatro más las compraron.
En el 60 unas esposas. ¡Otro juguete sexual con nombre apropiado! ¡No puede ser casualidad! Las compraron cinco, yo ya las tenía. Y en el 69 uno llamado Orgásmico, aunque a este ya llegamos todas muy cansadas.
Habíamos tomado notas, y al minuto hacían su pedido. Mi amiga acabó la última. Había recibido 5 SmS de su marido. Yo al día siguiente me metí de nuevo en mi rutina y a las cuatro hice el break para el café.